Monday, February 16, 2009

Bolivar, Tennessee


El año: 2004. El viaje: la geografía del midwest americano. Los personajes: un joven venezolano y su novia, una chica de Illinois a bordo de un carro alquilado. Les acompaña un Westie que no deja de llorar en cada parada por ese extraño temor infundido en algunos perros que creen que los dejarán abandonados en algún recodo del camino.

En su tránsito hacen parada en Clifton, Tennessee en un modesto hotel; de esos que ofrecen cable y desayuno. Una mirada al mapa les indica que entre los pueblos que atravesarán esta tarde hay uno con un nombre bastante inusual: Bolivar. Para que no quedase duda de quien se trata ni el origen de su nombre sólo basta ver el del pueblo que le sigue: Humboldt. Un hallazgo que les resulta sorprendente, equivalente a toparse una singularidad geográfica o, más extraño aún, la indicación del traspaso de los linderos de la realidad hacia una nueva geografía. La de un universo paralelo, extraño y desconocido.


Sólo la historia sabrá desde cuando habrá existido este sitio del que nunca antes oyeron hablar, al menos dentro de este contexto. Llegar, parquear, caminar unas cuantas cuadras. Hacer parada técnica. Lo que descubren es más o menos lo que esperaban: un pueblo pequeño, con una población que no pasa de seis mil habitantes. El City Hall en la calle principal exhibe un busto de Simón Bolívar. Hay tambien un almacen con el mismo nombre y un teatro abandonado que en su tiempo debe haber tenido muchísimo de historia ubicado en la Jefferson que se llama Luez.


Aprovechan la parada para estirar la piernas, hacer pipí, tomar agua... En la calle principal hay un café, el Maxwell's Big Star de Bolivar, que no ofrece ni arepas anisadas ni empanadas de cazón pero sí sánguches de jamón y queso chedar pasados entre golpes de pecho y una botella de Coca Cola. “I am from here. I am from Bolivar” les dice la mesera, pronunciando el nombre como una esdrújula (Bó-li-var) en su típico acento sureño. Y allí, sentados en las afueras del café saborean lo que es, en esencia, el carácter del pueblo: una calle, un café, un almacen, un teatro…Una consulta al reloj les indica que es hora de retomar el viaje, noticia recibida con tristeza por el perrito a quien no le faltaron ganas de perseguir a las ardillas locales o al menos poder lamer las migajas del sánguche que no pudo comer del suelo.


El joven sube al carro y enciende el motor. La chica se incorpora en el asiento de atrás con el perrito que sube a bordo de un salto. Al dejar la calle principal la vía se convierte nuevamente en carretera con el pueblo reduciéndose dentro del marco del espejo retrovisor hasta desvanecerse. Una imagen que permanecerá en el registro de sus memorias como un lugar bien mantendido, limpio y ordenado y, en honor a la verdad, mil veces más hermoso que cualquier otro sitio del mismo nombre que alguna vez se haya visitado.

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